CASIMIRO SZLAPELIS, EL ABUELO DEL AIRE

El 10 de mayo se cumplieron 39 años del fallecimiento de Don Casimiro, el “abuelo del aire” que bombardeada escuelas con caramelos desde su avión “El Chimango”.

jueves, 26 de mayo de 2022 - 12:01

Por Luis Luján Dancheff

Casimiro se apaga la tarde del 10 de mayo de 1983, después de almorzar en el Aeroclub que había fundado y donde vivió sus últimos años, mientras se adormece escuchando por la radio una melodía de Brahms con el diario en la mano.

Habìa nacido el 1 de octubre de 1895 en el pueblo de Kupiskis, a orillas del río Levuo, en Lituania. Tenía 88 años y vivió una vida increíble.

Fue centro de notas en medios nacionales y hasta un escritor inglés, Bruce Chatwin, denominado escritor nómade, y editó una serie de libros denominados En la Patagonia, incluyó a Casimiro Szlapelis en sus hojas.

Se lo terminó conociendo como “el abuelo del aire” y se dijo que aprendió a volar con el autor del Principito, Antoine de Saint Exupéry, pero en realidad aprendió con un piloto y mecánico francés llamado Gurinski, que le permitió empezar a conocer la sensación de volar. Corría el año 1929 y Casimiro estaba trabajando en lo que hoy es el aeropuerto General Enrique Mosconi en Comodoro Rivadavia.

Entusiasmado, Casimiro realizó el curso de piloto con otro grande de la aviación patagónica, Próspero Palazzo, lo que le permitió participar en un sorteo para seleccionar 4 alumnos que, al momento de rendir el exámen final la fecha se pospuso por el fallecimiento de un compañero y se suspendió definitivamente.

En 1933 y en sociedad con cuatro amigos adquieren un planeador que le permite incorporarse como contratista de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). La máquina costó 12 pesos de esa época.

En Sarmiento se dice que Don Casimiro trajo el primer avión, la primera radio y el primer auto a la ciudad de Los Lagos.

Tuvo el gran privilegio de ser invitado por la Fuerza Aérea Argentina a conocer a lo astronautas de la Apolo XI, Michael Collins y Neil Armstrong durante su visita a la Argentina.

El encuentro fue en el año 1972 y al darle la mano al primer hombre que pisó la Luna le dijo: “Nunca hubiera soñado que le daría la mano  a un hombre que fue a la Luna y regresó”, a lo que Armstrong le contestó: “No somos superhombres; simplemente Dios nos permitió pisar la Luna y volver”.

El Chimango

Tendrá tres aviones Casimiro en su vida. Al tercero lo llama Chimango. Es un pequeño Luscombe de 1947 y usó la traza de la ruta 3 como guía para seguir el rumbo y llevarlo desde Buenos Aires, donde lo compró en 1965, hasta Sarmiento. Lo piloteó él y fue un vuelo visual porque el aparato no tenía el instrumental adecuado. Lo hizo a la antigua.

No era un magnate caprichoso sino un pobre jubilado que su única propiedad era El Chimango, como bautizó a ese avión.

Con esa aeronave traslada enfermos, acarrea materiales y hombres para seguir abriendo caminos en la Patagonia, lleva a algunos chicos, también sin permiso, a volar sobre las casas y les arroja a otros, para que se repartan, bolsas de caramelos que estallan como bombas sobre los patios de las escuelas.

Casimiro trabajó como contratista pero también construyó caminos y escuelas y, en 1922, compra una radio. Es muy difícil sintonizar una emisora desde esas latitudes pero, cuando consigue encontrar “Radio Cultura” que llega de Buenos Aires, pone el artefacto a todo volumen y la gente del pueblo se arremolina a las puertas de su casa siempre abierta, para poder escuchar y compartir.

En Sarmiento vivía Amalia Ramig, una joven rusa llegada con su familia de una colonia alemana en el Volga. Sus padres se oponían por cuestiones religiosas a la relación, pero Casimiro la pasó a buscar un día y comenzaron a convivir.

Con Amalia tienen seis hijos: Elena, Tula, Antena, Rosa, Alba y Febo. Todos conformarán más tarde un conjunto coral que cantará en todo acontecimiento importante de la zona. Es que Casimiro mismo es un personaje importante de la zona.

En 1929 se le ocurre explotar una mina de hierro y cobre que ha descubierto en el Lago Fontana. La llaman “El solcito” y, en su inauguración, toca la banda municipal de Sarmiento.

Casimiro también buscará uranio en las mesetas patagónicas, será operador de cine, dirigirá las obras de otras escuelas en Río Mayo, Aldea Beleiro, Apeleg; pero lo que él realmente quiere es volar. Volar como las águilas y los cóndores. Acortar distancias, difuminar fronteras, desvanecerse en el aire.

El abuelo del aire

La vida de Casimiro dejó muchas anécdotas, pero el recuerdo más hermoso está-que no le interesó al escritor inglés- trazado por sus sobrevuelos lanzando bolsas de caramelos en las escuelas, especialmente los días festivos, cuando pasaba sobre la Escuela 145 y arrojaba golosinas a los niños.

Cuando Casimiro cobraba unos pesos compraba bolsas de caramelos y un poco de combustible. Se hacía ayudar a empujar El Chimango fuera del hangar del Aéreoclub Sarmiento, se sentaba en el habitáculo, con su inseparable sombrero de paja y un poncho y despegaba para volar sobre las escuelas rurales. Si los chicos estaban en clase y escuchaban el zumbido del motor de Szlapelis que se acercaba, entonces, como siguiendo una consigna simultánea, todos abandonaban las aulas en carrera hacia el patio y el sobrevuelo de don Casimiro generaba un ensordecedor griterío que acompañaba el movimiento frenético de brazos agitándose.

Tiempo después, y también con ese último avión, Casimiro tirará flores todos los domingos sobre el cementerio, tratando de hacer puntería para que las margaritas y los malvones y las rosas silvestres, caigan sobre la tumba de Amalia que ya hace algunos años no está con él. Entonces, nada es igual. Las visitas al cementerio se volverán casi cotidianas en el otoño y en el invierno de 1982, aun con frío y nieve. Solo, tantas veces sin la compañía de sus hijos o de sus innumerables nietos, continuará con la obsesiva limpieza del sepulcro matrimonial, del respaldo de yeso que lo espera como alargando los brazos en esa tierra firme tan diferente a los cielos patagónicos y abiertos.

Casimiro se apaga la tarde del 10 de mayo de 1983, después de almorzar en el aeroclub mientras se adormece escuchando por la radio una melodía de Brahms con el diario en la mano

 

Fuentes: Diario El Patagónico, diario Río Negro y el blog El Rincón de los Lituanos en Argentina.

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