DIVIDE Y ODIARÁS

El odio no une pero nos aferra. Pocas cosas hay tan motorizantes que una sed de venganza, ni nada más atrapante que una historia de odio consumada. Y pareciera que cada vez el odio nos sale más fácil y más seguido.

sábado, 30 de abril de 2022 - 12:01

Por Sebastián Núñez

 

Hay distintas formas de odiar; se puede hacerlo con viva efervescencia, en una tranquilidad silente y persistente, en forma metafórica, tácita, a través de terceros y hasta a villanos de películas.

Este último punto resulta en una pequeña verdad revelada, para odiar en necesario ubicar al otro en el lugar del malo, debe ser el embajador de la maldad y es a partir de allí que nos habilitamos a ser odiadores hechos y derechos. Desde donde podemos justificar cada fantasía de venganza, o de anhelo de justicia poética, al momento en que sobre el villano  caerá  toda la maldad, qué él mismo fabricó, sobre su ser abyecto.

Y para convertir al otro en malo debemos hacer dos o tres cosas, o más bien una, y es deshumanizarlo. Para tal fin su maldad y la finalidad de sus actos deben carecer de sentido. No tiene que haber un porqué en su maldad. Para lograr el sinsentido de sus acciones debemos también  deshistorizar al malvado. El conocer la historia seguramente nos ubicará en el sentido de ser y allí estaremos en los arrabales de la comprensión. Es por eso que para odiar es imprescindible no querer saber nada del malvado en cuestión.

¿No les ha pasado que ante algún amigo, mientras relata la historia de odio de su  enemigo de turno, ya el mero hecho de intentar relativizar algo de la situación prontamente se responde – Pero vos de qué lado estás-?

Para odiar es absolutamente necesito desconocer de razones. Porque entre un villano y un justiciero lo único que divide las aguas es una buena historia.

Pero ahora ¿qué pasa con nuestra propia villanía? ¿Cuándo hemos sido nosotros mismos el malo de la película?

Nuestra propia maldad suele estar en igual medida escondida a nosotros mismo. La maldad no puede habitarnos o al menos no sin una buena justificación. No existe peor odio que aquel que cae sobre nosotros mismos, y que desconocemos que desconocemos. No hay peor villano que aquel que está bajo nuestra piel.

 

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